miércoles, 16 de febrero de 2022

La familia y otros animales


Hablar, hablo de casi todo, pero saber… no sé de casi nada, se sinceraba tras el segundo gin-tonic una amiga de toda la vida. Como cualquiera, le dije. ¿Quién entiende, por ejemplo, de medicina? Primero la suegra, después, los enfermeros, luego el farmacéutico, por último, y no mucho, los médicos. Charlamos, decimos, opinamos. Hablar por hablar. Es normal y saludable puesto que la única manifestación en este mundo del espíritu absoluto hegeliano es el buscador de Google, al que siempre podemos recurrir en caso de confirmación o refutación; aunque es poco recomendable abusar del verismo digital con tu pareja o cuando sales a cenar con los amigos. ¡Cuidado con la consulta rigurosa de los móviles porque puedes quedarte más solo que la una! Por lo demás, la verdad es un valor en desuso. Volvamos a la cena de amigos. Uno de los temas estrella es siempre la familia. ¿Pero tenemos una idea precisa de qué es la familia? Como no queremos aguar el vino con el no saber de los demás, guardamos un prudente silencio y les recomendamos este modesto artículo. 

El etnocéntrico ciudadano europeo o norteamericano piensa al hablar de la familia que se trata de algo evidente, que se puede resumir en pocas palabras y todos sabemos de qué va. En realidad, no hay una definición universal, ni siquiera en el marco de la familia occidental. La mayoría de las culturas de influencia anglosajona consideran que la familia latina (como la española) es excesivamente protectora y una rémora para la maduración e iniciativa de los hijos; inversamente, los latinos consideran a la familia anglosajona una madrastra que los priva, en todas las etapas de su vida, del afecto y de la protección parental. En la familia anglosajona los hijos tratan activamente de independizarse cuando comienzan los estudios universitarios, mientras que, en la latina, cuando los terminan, lo intentan sin prisa, pero con pausa. Recuerdo que hace años la hija de una amiga australiana de mi mujer a la que conoció durante su estancia en Inglaterra nos visitó en Madrid. Toda una mochilera. Había conseguido el Certificado de Educación Secundaria y viajaba sola por Europa con el dinero que había ganado en trabajos de lo más variopinto durante los veranos, lejos de sus padres que vivían en Sídney: cajera de un supermercado, temporera en la recolección de fruta, niñera a domicilio, guardarropa en un teatro. Al volver a su país, nos dijo, cursaría con una beca la carrera de Economía y Comercio en la Universidad de Melbourne, antes alquilaría un piso sola, con su novio o con más gente y se independizaría en serio de su familia, que a su vez asumía que había llegado el momento de que su hija volara en serio del nido. La familia latina tiene otras pautas de conducta. Cuando mis hijos se fueron de Erasmus en el último curso de carrera a París y Lyon respectivamente, lloré en Barajas más que una magdalena penitente. Al principio, videoconferencia diaria hasta que se hartaron. En épocas de paro o precariedad, los hijos se instalan a sus anchas en su antigua guarida paterna hasta que escampa el diluvio universal. Las situaciones de desempleo de ambos cónyuges son asumidas económicamente por los abuelos de las partes. Cuando se producen embarazos no deseados en chicas adolescentes, al final son los abuelos maternos los que hacen de padres y Reyes Magos.


Hay dos modelos teóricos: la familia nuclear y la familia extensa. La familia nuclear, denominada también conyugal o neolocal, está compuesta por una pareja de hecho o de derecho que convive en un hogar independiente con sus hijos biológicos, adoptados o subrogados (si los tienen). En España, el primer apellido del hijo lo puede trasmitir el padre o la madre por mutuo acuerdo. Es típica de las grandes ciudades. Se tratan poco y por teléfono. El confinamiento, las restricciones y el temor al contagio durante la pandemia han reducido aún más las reuniones familiares. En condiciones normales, la parentela o familia consanguínea de los esposos se reúne periódicamente en algunas fechas señaladas (cumpleaños, fiestas, vacaciones) o en ciertos acontecimientos ocasionales (nacimientos, fallecimientos, graduaciones). Pero las obligaciones y decisiones importantes son tomadas por la familia nuclear. 


La familia extensa se basa más en el parentesco que en la relación conyugal. Consiste en un clan o conjunto de familias consanguíneas con sus respectivos cónyuges e hijos. Un buen argumento para una novela de ochocientas páginas. En la sociedad industrial avanzada, la familia nuclear es la unidad familiar más relevante y prácticamente la única; algunas etnias, como la gitana, se acercan por su tradición cultural a la familia extensa, aunque han tenido que debilitarla como consecuencia de su inserción en otro entorno dominante tras el paso de ser nómadas a sedentarios. Ahora bien, en las sociedades y tribus colectivistas, agrícolas y ganaderas, sobre todo de Oriente Medio, El Magreb y África, la familia extensa es la principal estructura del parentesco. Lo característico de la familia extensa es la ampliación o extensión de la crianza y educación de los hijos. A veces, una mujer tiene las mismas obligaciones y afectos hacia sus sobrinos o sobrinas carnales que hacia sus propios hijos. Otras, un hombre se ocupa de los hijos de sus hermanas y sus hijos están a cargo de los hermanos de su esposa. Dicho de otro modo: de las dos familias a las que pertenecen, tienen más obligaciones y vínculos emocionales con la familia en la que han nacido que con la que han creado. Se podría decir, en general, que la familia nuclear consiste en una pareja y sus hijos, que forman el núcleo o centro familiar, con una parentela periférica, y la familia extensa consiste en una parentela central de hermanos, hermanas e hijos comunes y una periferia conyugal. Hay un montón de variantes que exceden la paciencia del lector.


No obstante, en todo modelo teórico hay grises. En las pequeñas ciudades de provincias donde perviven las sagas ancestrales (con frecuencia dominantes) y, sobre todo, en los pueblos de la España despoblada, donde conviven un conjunto de familias, la mayoría emparentadas entre sí desde tiempo inmemorial, persisten rasgos relevantes de la familia extensa. En esta última, los críos van de casa en casa como si estuvieran en la suya y Dios en la de todos; crecen como hermanos en la calle rodeados de perros felices que no son de nadie. La comunidad afronta los problemas solidariamente, hoy por mí, mañana por ti. Se habla del tío tal y de la tía cual. Proliferan los apodos seculares que representan la historia del pueblo. El reciente fenómeno de la ruralización o éxodo de la ciudad al campo, consecuencia del escuálido mercado de trabajo y de ciertos mitos de la pandemia, propicia la extensión de los vínculos primarios entre los nuevos colonos. También es conocida, sobre todo en la España profunda de posguerra, la entrega, con todos los derechos y obligaciones filiales, de unos o más hijos de la madre biológica a una o más hermanas por la imposibilidad material de hacerse cargo de su crianza. Es evidente que puede haber familia sin matrimonio, pero no es la norma establecida en la mayoría de las sociedades. Pero hablar del matrimonio requiere un nuevo artículo.

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