viernes, 25 de marzo de 2022

El feminismo como ideología

 

En otro lugar señalaba que es preciso separar la ecología como ciencia del ecologismo como movimiento ideológico. Aquí pretendo hacer una distinción similar. No hay que confundir el reconocimiento ético y jurídico de la plena igualdad de género con el feminismo. Lo primero está recogido en el articulado de La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, un tratado internacional aprobado el 18 de diciembre de 1979 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en vigor desde el 3 de septiembre de 1981 y actualizado en sucesivas declaraciones. Lo segundo es una ideología en el mejor sentido del término. Muchas de las tradicionales reivindicaciones feministas están contempladas en estos acuerdos institucionales… pero no todas (por eso se renuevan periódicamente). No es menos cierto que una cosa es la letra de los acuerdos y otra su cumplimiento, como ocurre con la Declaración Universal de los Derechos Humanos o la Constitución Española. Ahí desempeñan las ideologías su legítima función crítica y transformadora.

Habría, por tanto, que diferenciar a las mujeres que están a favor de la plena igualdad de derechos y oportunidades, de las que se consideran propiamente feministas. En realidad, habría que hablar del feminismo en plural, un conjunto de posiciones ideológicas que tienen un núcleo común y un amplio espectro de argumentos diferenciales. No es lo mismo el feminismo cristiano que el movimiento Me Too.

Según un estudio realizado por The Global Institute for Women’s Leadership del King’s College de Londres, en la que participaron 18.800 mujeres de entre 16 y 64 años de 27 países sobre la igualdad de género, a la pregunta Se considera feminista, solo el 32% respondieron afirmativamente. En Dinamarca, el país con la mayor igualdad de género del mundo, una de cada cuatro mujeres se considera feminista convencida, el 8% tiene una opinión favorable del movimiento #Metoo y un 35% lo desaprueba expresamente. Resulta chocante que sus activistas, por ejemplo, pongan de vuelta y media al sexismo, pero ellas se exhiban semidesnudas en sus performances reivindicativas.

En principio, el término feminismo abarca demasiado espacio semántico. La mayoría de las mujeres defienden la plena igualdad de género, mientras el feminismo les suena a otra cosa. Por eso en cuando se intenta implicar seriamente a la mujer con su significado estricto, a identificarse con sus rasgos contraculturales, a interiorizar su lenguaje privado, comienzan los recelos, la desconfianza, las dudas y el desapego. Además, todas las variantes del feminismo están asociadas a las principales ideologías políticas: conservador, liberal, socialista y radical. Y es bien sabida la creciente desafección hacia la clase política y sus incompetencias.

Nos vamos a ocupar aquí de lo que consideramos excesos de ciertas versiones en auge. Por ejemplo, el llamado feminismo radical que llega a considerar al hombre el culpable ontológico del mal en el mundo. Insiste en expresiones androfóbicas que culpabilizan a todos los varones por el hecho de serlo. La historia del hombre es la historia de la opresión de la mujer. Las convierten en víctimas de una cultura global de la violación y la violencia machista, algo inherente a las hormonas masculinas. Las feministas radicales tratan fatal a los hombres. Son manada o criminales en potencia. En los casos más templados los desprecian. Se olvidan de pronto del motivo central de la ideología, la lucha por la plena igualdad de género, y la sustituyen por estereotipos de la discriminación y el enfrentamiento. Gran parte de la retórica feminista actual ha cruzado la línea que separa las críticas al sexismo de las críticas a los hombres en general. Según esta visión, los hombres forman parte de una raza injustamente privilegiada, especialmente si además son blancos y heterosexuales. Se ha dicho: el hombre abusa por el solo hecho de tener pene. Muchas feministas prácticamente equiparan la penetración con la violación. Un psicoanalista se frotaría las manos ante esta versión desmadrada del complejo de castración en la mujer.  Primera derivación del feminismo extremo: puesto que vivimos en una sociedad falocrática se impone una defensa a ultranza de los colectivos de gays y lesbianas, bisexuales, intersexuales, travestis, transexuales y binarios. Segunda derivación: puesto que vivimos en una cultura monogámica se impone una defensa cerrada del poliamor. Nada nuevo: el poliamor, un asunto feminista según la filósofa Carrie Jenkins, era frecuente entre nuestros antepasados neandertales del Pleistoceno; también el incesto, una de las razones genéticas de su decadencia; o el cruce sexual con otra especie de homínidos, los cromañones, o sea nosotros, e incluso la zoofilia ritual con fines propiciatorios. ¡Alguien da más! Sí, además practicaban el canibalismo en épocas de penuria. ¡Solo falta fijar la fecha del día del orgullo neandertal!

El feminismo radical afirma “que no nacemos con ninguna predisposición biológica y que todo se reduce a la influencia de la cultura”. Es evidente que hay diferencias biológicas entre el hombre y la mujer, pero la mayoría son a favor de ella. Lo que resulta cuestionable, según los expertos en pediatría y psicología infantil, es el normal desarrollo evolutivo (personal, intelectual y emocional) de un niño con dos padres o dos madres en parejas homosexuales. Queda abierto el debate.

También se refieren las radicales a la desigualdad de trato y contrato de la mujer en ciertos deportes, como el golf, el tenis o el fútbol. Es cierto, pero el deporte de elite es simplemente un mercado más. En este caso, la supremacía masculina la fija la demanda y no el género. Tampoco se sostiene una noción agresiva del empoderamiento profesional: es falsa la sistemática discriminación de la mujer en el trabajo. En general, el acceso de la mujer a la formación superior, a los sectores laborales, a los puestos de mayor responsabilidad, a la producción de valor económico es cada vez mayor y equiparable al hombre. 

Otro asunto turbio. En mi opinión carece de sentido el lenguaje inclusivo que utiliza el feminismo radical. La Real Academia Española (RAE) ha expresado su rechazo ante el uso de palabras aceptadas en el lenguaje inclusivo o no sexista. Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, dijo en una entrevista con EL PAÍS Semanal que el desdoblamiento gramatical del lenguaje inclusivo altera la economía del idioma. Decir, Ellos, ellas y elles o Soldados y soldadas son simplemente ejemplos del rebuzno nacional.

Otro escenario de la batalla son los llamados micromachismos, o sea, las sutiles e imperceptibles maniobras y estrategias de ejercicio del poder de dominio masculino en lo cotidiano, que atentan en diversos grados contra la autonomía femenina. La mayoría de los micromachismos son simplemente actitudes machistas explícitas o costumbres inocuas en vías de extinción. Busquen ejemplos y lo comprobarán. Por cierto, toda crítica al feminismo radical recoge sólo la indignación, nunca la réplica. 

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