domingo, 25 de junio de 2023

Los debates electorales

 

Los debates entre los líderes de los partidos políticos es uno de los momentos estelares de una campaña electoral que suele durar cuatro años. ¿Se han fijado? Al día siguiente de las elecciones, incluso la misma noche, la leal oposición y sus apoyos mediáticos inician los primeros escarceos contra el gobierno entrante. Un fantasma recorre Europa: el golpe de Estado permanente, denunciado por François Mitterrand a mediados de los sesenta y que el mismo aplicó en los largos años de su presidencia. Por lo demás, es evidente dónde surgió esta turbia manera de entender la democracia y cuáles son sus principios: deslegitimación, negacionismo, populismo, militarismo, posverdad… Pero volvamos al tema.  

El único punto en que coinciden las encuestas maquilladas de la prensa plural (el cliente siempre tiene la razón) es que los debates, sobre todo los dúos, influyen en la jugosa bolsa de indecisos que dicen no saber cuál es la papeleta que introducirán en la urna, si es que se acercan a su colegio electoral con la pinza en las narices. Hay que persuadir a los votantes del centro, sin que nadie sepa a ciencia cierta qué significa el término. En realidad, la mayoría de las personas tiene opiniones puntuales sobre cuestiones concretas. Cada individuo es el centro circunstancial, interesado y contradictorio de sí mismo. El resto es iglesia.

Los índices de audiencia confirman que los debates electorales nos interesan, pero no por lo que se dice, lo sabemos de sobra, sino por cómo se dice, a saber, la confrontación tormentosa con los nefastos contrarios y la distancia sutil con los afines, probables socios, que les rapiñan los votos. La transversalidad, disfrazarse de lobo con piel de cordero, es otra de las estrategias del bipartidismo para confundir al rebaño. O los bochinches de la geometría variable. Cuando cesa la contienda todos consideran que han ganado, mientras los periodistas de cada televisión aplauden desde su pesebre cuando se enciende la bombilla.

Si el debate se convierte en un quinteto desafinado resulta curioso el pretencioso escenario kitsch del medio que lo organiza y lo pomposos que se ponen los moderadores con las normas y los tiempos. Cuando oímos la lista de los temas propuestos, un bostezo nos abre la boca. Nos convencemos, hipócritas, de que lo importante es el contenido de las intervenciones, la sustancia, el análisis, pero lo cierto es que nos encantan las mentiras de libro, el escándalo tapado, las promesas incumplidas y el ventilador en marcha. O la malévola foto de uno de los candidatos cuando era más joven rodeado de indeseables. O el fotomontaje puño en alto del ahora grueso expresidente en su finca tras franquear unas cuantas puertas giratorias. Nos regocijan las declaraciones mitineras de los presentes con la boca en llamas que ahora les rebotan en la cara. Simples malentendidos sacados de contexto (se justifican) y, de paso, nos toman por tontos. Nada serio comparado con los graves infundios del otro. Los asesores toman notas a vuelapluma para aplicarles la cultura de la cancelación en tiempo real. Por contra, nos fastidian las tediosas explicaciones de los gráficos de Excel con estadísticas caseras y promesas que parecen sacadas de un sermón dominical. Si tuviera tiempo refutaría las gruesas falacias lógicas que sobrevuelan el espacio minimalista del evento. Los indecisos son una parte del cuerpo electoral, otra los que votan mecánicamente al mismo partido desde 1977. Para estos, el debate es un remedo de la orwelliana Semana del odio de 1984 en la que los ciudadanos deben sentarse frente a la telepantalla durante un tiempo para maldecir a los que socaban la nación. Los jóvenes que alcanzan la mayoría de edad dividen el voto en dos líneas paralelas: los que siguen la recta o torcida tradición familiar y los que mandan al infierno a los que han contribuido a frustrar las aspiraciones de una generación perdida. Hay que votar, participar en la fiesta de la voluntad general, quedarte hasta las tantas para seguir el resultado de las elecciones y apurar en días sucesivos la emocionante violencia intrafamiliar con la señora, hijos, cuñados y suegros. Nosotros o el caos repiten los líderes en el minuto de oro, el caos, el caos, gritamos en memoria del gran Chumy Chúmez.

Deus ex machina. ¿Podría la Inteligencia Artificial sustituir a los integrantes de un debate electoral? De entrada, la información que acumula un ChatBot de IA sobre cualquiera de los temas propuestos es infinitamente superior a la de todos los participantes juntos. Habría que introducir en el sistema los programas detallados de los partidos para evitar un mero planteamiento tecnocrático. Por supuesto, la prehistoria, historia e intrahistoria de cada grupo parlamentario. Y los innumerables parámetros relevantes en el procesamiento final de la información. Una vez cebada la máquina hasta el último detalle (no entiendo gran cosa), los ingenieros programan el algoritmo consensual de la verdad basado en la teoría de que una propuesta es verdadera cuando es susceptible de alcanzar el acuerdo completo de una comunidad ideal de interlocutores racionales, los cuales, desde su competencia argumental, dialogan en sentido fuerte a partir de una posición libre de supuestos y de acuerdo con las reglas de la lógica formal, informal y aplicada. El debate cuántico es el método para alcanzar cooperativamente un conjunto de razones suficientes, aceptadas por consenso, sobre un problema... Millones de operaciones por milisegundo. Cuando el proceso concluye con una suave melodía, apretamos el botón y se vuelca el resultado: posiblemente cientos de páginas en perfecto orden de lectura. O una que diga sin matices: Ciudadanos, sólo tres palabras, ¡Que Os Den!

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