sábado, 11 de octubre de 2025

Romance del desahuciado

 

Recibí hace tiempo de un caro amigo, colega, hombre de mundo y sesudo pensador, un correo con un garboso romance que además de no haber perdido actualidad refleja al detalle las carencias enconadas de la enseñanza pública no universitaria.
Las aulas de la LOGSE son el continente gravoso (cuesta mucho al contribuyente pagarlos y al sistema educativo instruirlos) de una mezcla imposible de varios tipos de alumnos: los que quieren cursar estudios universitarios al acabar el bachillerato, los que desean acceder a los cursos de formación laboral y profesional, los que precisan por sus aptitudes personales de una educación especial, los emigrantes que han sido asimilados por ley al sistema y que, en muchos casos, no saben siquiera expresarse en castellano, y, por último, los que “nada de nada” por los siglos de los siglos… Todos molestan a todos y los perdedores, no hace falta decirlo, son los que pretenden hacer del estudio una actividad seria y esforzada.

Ahí van estos versos ripiosos cargados de razones:

La sesión de evaluación
dispuesta a empezar estaba
el tutor que era de Lengua,
dijo que todos callaran
y pidió a la Orientadora
que, por favor, se sentara.

La Orientadora, psicóloga,
tiene en propiedad su plaza
desde que la LOGSE impera
en los Centros de Enseñanza.
Sabe al dedillo la Ley,
habla la jerga bárbara
de los psicopedagogos
y de la fauna logsiana.

Comienza la evaluación,
las notas así se cantan:
Iván Peláez Borrego.
Con este mozo, ¿qué pasa?
A este le quedan seis.
Titulación denegada.

Pero habló la Orientadora,
y de esta manera hablaba:
“No nos permite la LOGSE
hacer tan gran canallada
si algún alumno o alumna
no superase algún área
siendo con insuficiente
evaluado o evaluada
debe discutirse aquí
si es persona preparada
si domina las destrezas,
los objetivos de etapa,
si se ajustan los diseños,
si se dan las circunstancias,
si se hizo adaptación
al chaval o a la chavala,
si de los procedimientos
se llevó relación clara
y si de las actitudes
quedó notoria constancia.
¿Se detectaron a tiempo
todas esas problemáticas?
¿Se hicieron los formularios,
las programaciones de aula?
¿Se le motivó al efecto con
estrategia adecuada?
¿Hízose por el tutor
en la clase un sociograma?”

Muchos de los profesores
se miran, piensan y callan.
En aquel largo silencio,
ni una mosca se escuchaba.
Y luego el de Historia habló.
Bien oiréis lo que fablaba:
“¡Pero si este mozalbete
las más de las veces falta.
Y cuando viene, molesta,
grita, juega, se levanta;
no atiende al profesor,
ni estudia ni trabaja;
no se está quieto un momento,
de los profesores pasa,
es deslenguado soez,
torpe, necio y tarambana.
¿Cómo darle el mismo título
que al que se aplica y se afana
y saca muy buenas notas
y cumple normas y pautas?
Sería inicua injusticia,
sería indecente práctica,
sería de los calzones
hacerse la gran bajada.”

Los profesores se miran
y, con voz amortiguada,
se comentan a la oreja
las cosas que allí se tratan.
Los más parecen de acuerdo,
otros niegan y rechazan.

“¡Como podéis decir eso!”
Y la Orientadora exclama:
“¡No queréis tener en cuenta
la normativa aprobada!
¿Te has leído el plan de Centro?
¿Has repasado las páginas
de los valiosos Diseños
Curriculares de Etapa?
¿Practicas la evaluación
continua y bien adaptada?
¿No aplicas en tu clase
la enseñanza igualitaria?
Si el muchacho no te atiende,
será porque usas la práctica
de la lección magistral,
que es retrógrada y nefasta.
Debes dar motivación
y educación y enseñanza,
descender de tu tarima,
que es plataforma tiránica;
debes ser más solidario
con chavales y chavalas,
darles menos contenidos
que no hacen mucha falta
y mirar sus intereses,
captar bien su idiosincrasia
y educar en los valores
de sociedad democrática;
ser más tolerante y lúdico,
ser con ellos camaradas
y mostrarte comprensivo
en cada unidad didáctica.”

“Pero, aprobando a éste,
¿quién el título no alcanza?
Veremos el próximo curso
cómo vienen a las aulas
a cursar Bachillerato
por esta nefasta causa
un montón de analfabetos,
inútiles, vagos y caras.
Mozalbetes ignorantes
y muchachas iletradas
que no hacen ni la O
con un canuto de caña.”

Subieron las discusiones
arreciaron las palabras
se esgrimieron circulares
leyes, fueros y ordenanzas.
Hablose allí de principios,
de posturas reaccionarias
de los derechos humanos
y falta de democracia.
De lo divino y lo humano
todo el mundo allí opinaba.
Llevaban así tres horas
y el personal se cansaba,
hasta que dijo un profesor:

“A ver cuántas le quedaban
al mozo que, por el título,
la disputa originara.”
“Quedábanle seis”, le responden.
“Pues yo, que doy Matemáticas,
que las tiene muy suspensas,
ahora ya están aprobadas
y solo cinco le quedan..”
Y la de Francés que estaba
mohína y entristecida,
a punto de echar las lágrimas,
dijo con voz melancólica,
mortecina y apagada:
“Ponle aprobado en Francés.”
“Que apruebe también la Plástica.”
(Sonó la voz del artista,
que tenía enormes ganas
de acabar las discusiones
e irse a pintar a casa).
“Pues yo, para no ser menos,
le apruebo Cultura Clásica.”

Así aprueba que te aprueba,
el typex se chorreaba,
sumergiendo los suspensos
bajo una pátina blanca.

El tutor, los suficientes
prestamente rotulaba:
“Iván Peláez Borrego:
¡Quédanle dos, luego pasa!”

miércoles, 8 de octubre de 2025

Las edades del hombre

 

Tuve la suerte de haber estudiado el Bachillerato en la edad de oro de la enseñanza media, ejercido como profesor en la edad de plata de la secundaria (al menos durante los diez primeros años) y jubilado, tras una larga travesía del desierto, en la edad de bronce (una aleación que cada nuevo curso contiene más impurezas). Las aulas en las que me convertí en un bachiller antañón tras aprobar el examen de ingreso, dos reválidas y el Preu nada tienen que ver con las actuales. No insisto más.

Han transcurrido océanos de tiempo desde que en los años sesenta me formé en aquel excelente instituto de provincias. El trámite inicial para acceder a los estudios de Bachillerato, tras la educación primaria, era superar a los diez años una prueba llamada Examen de ingreso. Cuando llegó el momento, a mediados de julio, mis padres me compraron para la ocasión un sombrío traje gris marengo y una corbata que se sujetaba al cuello de la camisa con gomas elásticas. Era el primer año que usaba mis flamantes gafas de miope.

El examen se celebraba en el futuro centro de acogida (el Instituto de Enseñanza Media Alfonso VIII de Cuenca fundado en 1946) y comenzaba a las nueve de la mañana. Allí me dirigí, con una hora de antelación, acompañado de mi madre y mi tía, con el pelo cepillado por enésima vez chorreando lavanda a granel. El conserje, de riguroso uniforme y bigote recortado, nos condujo a un aula fresca y espaciosa donde nos sentamos alternados en las filas de bancos de madera. Enfrente había una tarima sobre la que reposaba una mesa corrida con tres butacas tapizadas de rojo traídas del salón de actos. Detrás de la mesa una pizarra y encima dos retratos: uno del caudillo, otro del primer director del centro, Don Olallo Díaz (cuyo rostro barbudo era un arquetipo) y entre ambos una cruz desnuda. A los diez minutos, tras una tensa y silenciosa espera, entraron los miembros del tribunal: el presidente, el secretario y una vocal, catedráticos curtidos de los de entonces. Nos levantamos movidos por el resorte de un reflejo condicionado. Tras saludarnos lacónicamente, nos invitaron a tomar asiento. Se sentaron y tras leer el presidente las instrucciones comenzaron las tres partes del examen.

La primera, lengua española, consistía en un dictado de diez líneas máximo; te permitían para salir ileso dos faltas de ortografía “graves y una leve y alguna que otra tilde" (sin precisar más). La vocal del tribunal, una réplica de la señorita Rottenmeier, leyó lentamente y con voz plana un fragmento de El Buscón de Quevedo. Subrayo en negrita las dudas atroces que me persiguieron día y noche hasta que salieron las notas.

La bercera (que siempre son desvergonzadas) empezó a dar voces; llegáronse otras y, con ellas, pícaros, y alzando zanorias garrofales, nabos frisones, tronchos y otras legumbres, empiezan a dar tras el pobre rey. Yo, viendo que era batalla nabal y que no se había de hacer a caballo, comencé a apearme; mas tal golpe me le dieron al caballo en la cara, que yendo a empinarse cayó conmigo en una (hablando con perdón) privada.

Al finalizar hizo un bis y nos dejó cinco minutos para repasar.

(Media hora de descanso).

Salimos del aula y fue lo peor. Los padres aguardaban ansiosos en el pasillo; nos apremiaban con preguntas anhelantes, imposibles de responder en un vano intento por tranquilizarse. Por fin, el toque viático de la campana del conserje nos devolvió al encierro para tregua y sosiego de todos.

La segunda parte, matemáticas, consistía en la solución de una división por tres cifras y la prueba del nueve para comprobar el resultado. Obviamente, tenías que hacerlo bien bajo pena capital, pues los traspiés aritméticos no admiten grados ni matices. Como el resultado me salió redondo, sin odiosos decimales, signo inequívoco de la condenación, me convencí de que mi respuesta tenía bastantes posibilidades de ser correcta. Además, la prueba del nueve era mi especialidad.

(Otro enervante alto en el camino).

Por fin, la prueba de cultura general. Esta vez nos quedamos fuera del aula. El secretario con voz tonante nos llamaba por orden alfabético: salía uno y entraba otro. Los más tardíos salían lívidos y se echaban en brazos de su madre que apenas ocultaba las lágrimas. El turno me llegó a mitad de la mañana porque mi apellido empieza por ele. Entré con ánimo reforzado por la prueba del nueve. De pie, desde las alturas me interrogó el presidente, un hombre mayor, canoso y con cara de pocos amigos.

- Cíteme a tres pintores españoles, me espetó sin más preámbulos.

- (Respiré aliviado y bendije a mi abuelo por haberme llevado tantas veces, además de al estadio Metropolitano, al Museo del Prado).

- Velázquez, Goya y el Greco, le dije, muy crecido en el castigo.

El Secretario insistió.

- Puedes decirnos un cuadro de cada uno.

- El Cristo crucificado de Velázquez (ante el cual mi abuelo, hombre de fe, rezaba con emoción). Los fusilamientos del dos de mayo (me equivoqué por un mes) de Goya y El entierro del Conde Orgaz (me comí el “de”) de El Greco.

- ¿Los has visto alguna vez de verdad? (me preguntó la señorita Rottenmeier).

- Sí, los he visto en el Museo del Prado con mi abuelo.

- ¿Todos? (disparó el secretario).

- Los dos primeros muchas veces. El último no. Puede que esté en el Prado pero no lo sé (susurré débilmente).

Se miraron. Parecieron darse por satisfechos y me dieron permiso para salir del aula.

A los diez días mi padre que había ido a consultar las listas sin avisar a nadie por si acaso me dijo que me habían calificado con APTO. Como supe más tarde en el tablón sólo había dos notas además de una considerable escabechina. En Octubre de ese mismo año empezó mi andadura por las Enseñanzas Medias, un largo recorrido que ha durado toda mi vida hasta el día de mi jubilación. Después he seguido por libre.

viernes, 26 de septiembre de 2025

El voto de la generación Z

La generación Z o centennials incluye a los nacidos aproximadamente entre 1997 y 2012. Según Luis Rodón, profesor de Ciencia Política de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona una cuarta parte de los jóvenes de la generación Z votan a los partidos de la derecha populista radical, es decir, a la extrema derecha. Los recientes barómetros de intención de voto (incluido el CIS que ya es decir) confirman que la derecha conservadora y la extrema derecha recogerían gran parte del voto de los jóvenes entre 18 y 34 años, con el partido de Santiago Abascal como el preferido en ambas franjas. También, según los mismos datos, los varones españoles son en términos electorales el doble de conservadores que las mujeres. No solo ocurre en España: esta brecha de género en la distribución del voto también se da en Estados Unidos, Alemania, Francia o el Reino Unido según estadísticas presentadas por el Financial Times. Todo apunta a un cambio que hace tan solo unos años habría sido difícil de imaginar.

Hay diversas causas que explican por qué los jóvenes se parecen más a sus abuelos recalcitrantes que a sus padres. Entre las remotas se ha señalado el impacto del Covid-19 en el comportamiento político de los centennials. Los jóvenes pasaron gran parte del confinamiento enganchados a las redes sociales donde el populismo radical tiene una eficacia probada para exprimir los agravios del sistema mediante múltiples formas de desinformación sin ofrecer soluciones concretas. Asimismo, un estudio publicado por el Centro de Riesgo Sistémico de la London School of Economics concluyó que las personas que han sufrido epidemias entre los 18 y 25 años desconfían de sus líderes científicos y políticos. Esta pérdida de confianza persiste durante años, incluso décadas, en parte porque la ideología política tiende a solidificarse a los 20. Cuestionable. Cabe aducir que también es la edad en que comienzan a pensar en serio con su propia cabeza.

Otra causa es el desencanto con la política. Sienten que los poderes públicos los han abandonado. Muchos centennials se consideran una generación marginada, desorientada, sin futuro. La falta de soluciones laborales, el problema insoluble de la vivienda que no les permite independizarse del hogar paterno hasta la treintena promueve, al revés de lo ocurrido en el movimiento del 15M, soluciones de ruptura desde ideologías autoritarias con un impacto emocional directo sin argumentos ni propuestas concretas. Ahora ser rebelde es ser de derechas.

Más causas: entre los afortunados que consiguen por méritos propios, los JASP (jóvenes aunque sobradamente preparados) un puesto de trabajo con currículos deslumbrantes, dos carreras, tres idiomas, cuatro masters, crece el descontento porque solucionan los problemas a los ejecutivos de los pisos altos, atornillados al sillón desde tiempo inmemorial, sin que se mueva el ascensor de las promociones y el consiguiente aumento de los salarios y los bonus. Un panorama pesimista para el resto de los normales. El estudio, la formación, el compromiso con la cultura del esfuerzo… ¿Para qué?  

Prescindo del tópico intelectual de que el pensamiento crítico ha sido desplazado por el pensamiento único. Demasiado teórico. Lo cierto es que los jóvenes se han decidido por un comprensible pragmatismo ideológico. A esta altura determinada de los tiempos es evidente que no son los políticos quienes controlan el poder. La socialdemocracia es una especie en peligro de extinción en la añorada “Europa de los ciudadanos”. En España la derecha la considera una aberración. El Estado del bienestar es historia irreversible y, según el populismo ultra un atentado a la auténtica justicia social. Más a la izquierda, los idearios neocomunistas son inviables e hipócritas. Nadie se los toma en serio, ni los poderes fácticos ni sus propios fundadores que al final viven en pisos de muchos metros cuadrados con servicio, tienen cuentas saneadas, colocan a sus familiares y llevan a sus hijos a colegios privados. Se han convertido en políticos profesionales. Los únicos partidos sostenibles, con credibilidad funcional son los que gestionan de forma eficiente los intereses de los poderes fácticos: las derechas gobiernan porque hacen lo que cumple a los mercados y cuanto más a la derecha mejor. Por eso los centennials, sabedores de “lo que hay”, un darwinismo social elevado a los altares como ley natural, votan para que los poderosos escuchen a sus mensajeros vigilados y promuevan puestos de trabajo aunque sea en condiciones precarias. A veces tan abusivas que resultan inaceptables excepto para los inmigrantes. Por lo demás, la antigua moral calvinista, ahora laica, de la auto explotación en el trabajo como paradigma de realización personal ha caducado.

Tarik Abou-Chadi, profesor de Política Europea en la Universidad de Oxford, cree que, a medio plazo, podría producirse incluso un cambio de rumbo aún más acentuado: En cuanto los partidos más tradicionales empiecen a renunciar al “cortafuegos” o cordón sanitario, la extrema derecha empezará a canibalizar al centroderecha. Es muy probable que en la mayoría de los países europeos, los partidos de extrema derecha sean el principal partido de la derecha, acaso ya lo sean.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Le temps des cerises

 

L’été, c’est le temps des cerises. Le temps des cerises, paroles de Jean-Baptiste Clément, musique d'Antoine Renard, composée en 1866, est une des chansons populaires françaises les plus connues et dont il existe de nombreuses interprétations grâce à son intense lyrisme et à une très belle mélodie.

Cette chanson est fortement associée à l’esprit de la Commune de Paris. La tradition affirme qu’elle fut dédiée par les auteurs à une jeune infirmière exécutée pendant la Semaine Sanglante, lorsque la Commune fut vaincue par l’armée française.

Louise Michel, une anarchiste connue et actrice principale des événements de la Commune, a écrit un livre nommé La Commune: Histoire et souvenirs (1898).

Voici un fragment :

Au moment où vont partir leurs derniers coups, une jeune fille, venant de la barricade de la rue Saint-Maur, arrive en offrant ses services : ils voulaient l'éloigner de cet endroit de mort, elle resta malgré eux. Quelques instants après, la barricade, jetant en une formidable explosion tout ce qui lui restait de mitraille, mourut dans cette décharge énorme... 

Le temps des cerises est surtout une jolie chanson d’amour dont le sens symbolique se base sur une comparaison : les cerises évoquent le sang des révolutionnaires morts pour la liberté et aussi le drapeau rouge de la Commune. En plus, elles rappellent la douceur du fruit mûr et l’ambiance de fête pendant l’été. 

Voici les paroles de la chanson et une traduction que j'ai me permis de faire. 

Quand nous chanterons le temps des cerises
Et gai rossignol et merle moqueur
Seront tous en fête
Les belles auront la folie en tête
Et les amoureux du soleil au cœur
Quand nous chanterons le temps des cerises
Sifflera bien mieux le merle moqueur

Mais il est bien court le temps des cerises
Où l'on s'en va deux cueillir en rêvant
Des pendants d'oreille...
Cerises d'amour aux robes pareilles 
Tombant sous la feuille en gouttes de sang...
Mais il est bien court le temps des cerises,
Pendants de corail qu'on cueille en rêvant !

Quand vous en serez au temps des cerises
Si vous avez peur des chagrins d'amour
Évitez les belles !
Moi qui ne crains pas les peines cruelles
Je ne vivrai point sans souffrir un jour...
Quand vous en serez au temps des cerises
Vous aurez aussi des peines d'amour ! 

J'aimerai toujours le temps des cerises
C'est de ce temps-là que je garde au cœur
Une plaie ouverte !
Et Dame Fortune, en m'étant offerte
Ne pourra jamais fermer ma douleur...
J'aimerai toujours le temps des cerises
Et le souvenir que je garde au cœur !

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Cuando cantemos al tiempo de las cerezas
El alegre ruiseñor y el mirlo burlón
Todos estarán de fiesta.
Las bellas tendrán la locura en la cabeza
en el corazón los enamorados del sol.
Cuando cantemos al tiempo de las cerezas
El mirlo burlón todavía cantará mejor.
 
¡Pero qué fugaz es el tiempo de las cerezas
Cuando vamos los dos soñando a recoger zarcillos.
Cerezas de amor parecidas a vestidos
Que caen sobre las hojas como gotas de sangre…
Pero el tiempo de las cerezas es muy corto,
Pendientes de coral que se recogen soñando!
 
¡Cuando estéis en el tiempo de las cerezas,
Si tenéis miedo a las congojas de amor,
Evitad a las mujeres hermosas!
¡Pero yo, que no temo a las penas crueles,
No viviré un solo día sin sufrir.
Cuando estéis en el tiempo de las cerezas
También vosotros tendréis penas de amor!
 
¡Siempre amaré el tiempo de las cerezas.
De ese tiempo guardo en mi corazón
Una herida abierta.
Y ni siquiera la Señora de la Fortuna, aunque me sea propicia,
Podrá jamás cerrar mi dolor…
Amaré siempre el tiempo de las cerezas
Y el recuerdo que conservo en mi corazón!

Yves Montand, Le temps des cerises

Le lien en YouTube interprétée par Yves Montand

https://www.youtube.com/watch?v=ncs4WlWfIZo 

sábado, 13 de septiembre de 2025

Datos y hechos

 

Etimológicamente el término “hecho” significa “lo construido” (Facio, factum, es un verbo latino que significa “hacer”, “construir”, realizar). Un dato (Do, datum) es lo que está ahí dado y todavía no es un hecho. Un dato es un acontecimiento, la cosa en sí kantiana, lo que no ha sido todavía construido o realizado, es decir, hecho. En un universo sin inteligencias sentientes (la expresión es de Xavier Zubiri) habría datos pero no hechos. Lo dado no es lo mismo que lo fáctico. El mundo como tal no consta de hechos sino de datos. Sin datos no hay hechos, pero tampoco los hay sin un marco constituyente previo: científico, ético, político, estético, religioso... El marco determina lo que son y no son hechos.

Lo que Aristóteles consideraba un cuerpo pesado en el que predomina el elemento terrestre con tendencia natural a dirigirse al centro de la tierra, para Newton era la manzana que cae del árbol por la ley de gravitación universal; para Einstein la gravedad no es una fuerza de atracción entre objetos sino la curvatura del espacio-tiempo causada por la presencia de masa y energía; según la física cuántica la gravedad es un reto pendiente de la física teórica que busca unificar la mecánica cuántica y la relatividad general mediante una Teoría de campos o "Teoría del todo". Lo cierto es que tanto en la física de partículas como en la astrofísica resulta muy complicado pasar de los datos a los hechos contrastados. Es más, la misma noción de “hecho” es cada vez más difusa.

Los ejemplos de constructos divergentes, incluso contrarios, sobre los mismos nombres son incontables: los sueños para la psicología conductista y para el psicoanálisis, la guerra civil española para historiadores con ideologías distantes, las crisis periódicas del capitalismo para la economía marxista y la liberal, la salvación para el cristiano católico y el protestante. Más cotidiano: echemos un vistazo a muchos periódicos de alcance nacional incluida la pseudo prensa; lo que hacen es presentarnos cocinadas y digeridas las interpretaciones que su línea editorial desea que admitamos como hechos (lo demás son elipsis clamorosas y no-sucesos).

George Edward Moore (1873-1958) uno de los fundadores de la filosofía analítica junto con Bertrand Russell afirma en su obra Defensa del sentido común que ciertas proposiciones del tipo “Esto es una mano” pueden considerarse hechos objetivos al margen de cualquier interpretación ontológica. Falso, ya que tal proposición no constituye por sí misma un hecho incuestionable, sino que depende del contexto comunicativo en que se enuncie. Moore lleva razón si analizamos la expresión desde el nivel léxico-semántico de la gramática, pero no la tiene si lo hacemos desde el nivel pragmático que se ocupa del uso del lenguaje en situaciones específicas. “Esto es una mano” tiene sentido en una sesuda clase filosofía, pero si la pronuncio en una clase universitaria sobre anatomía, al prepararte un gin-tonic en casa de tu novia o al comentar un partido de fútbol con tus amigos… tus oyentes se preguntarán de qué hablas exactamente.

Una sociedad como la nuestra es un agregado de subculturas de clase social, de profesión, de sexo, de edad donde los mismos nombres significan hechos distintos. Se produce una disonancia entre referencia y sentido. Una subcultura es una forma de pensar, hablar, vestir, comprar, casarse y educar a los hijos; en resumen, de construir la realidad. Prácticamente, todos los aspectos de la conducta, incluso los procedimientos para hacer el amor, difieren de una subcultura a otra. Cada subcultura tiene una concepción del mundo propia, con frecuencia incomparable e incomprensible para otras al no existir un lenguaje denotativo, connotativo y prescriptivo común. La mayoría de los conflictos sociales son discrepancias manifiestas o latentes, violentas o contenidas sobre lo que entendemos por hechos cruciales.

Lo único evidente es la proposición 6.43 del Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein: El mundo de los felices es distinto del mundo de los infelices. Sugiere que la felicidad y la infelicidad construyen con nombres iguales una constelación ilimitada de hechos incompatibles, aunque la totalidad de los datos sea siempre la misma.

jueves, 4 de septiembre de 2025

Arquetipos

 

Un arquetipo es una figura universal de la mente, simbólica pero activa. Los arquetipos son modelos ancestrales de conducta que forman parte del inconsciente colectivo de la condición humana. Se deben entender como representaciones congénitas que sobrevuelan el ethos, el eidos y las instituciones de las sociedades con historia (civilizaciones) o sin historia (los mal llamados “pueblos primitivos”) que según el contexto espaciotemporal adquieren contenidos propios. La psicología profunda, la crítica literaria y la antropología cultural les han dedicado un generoso espacio en sus investigaciones.

El psicoanalista Carl Jung, dedicó gran parte de su obra al estudio de los arquetipos primordiales, la madre, el padre, el animus (la parte masculina de la mente femenina), el anima (la parte femenina de la mente masculina), la persona (la máscara social), el sí-mismo (la identidad personal), la sombra (lo oscuro y reprimido), el rebelde, el héroe, el sabio, el amigo, el protector, el creador, el bufón (jester), el embaucador (trickster)… A su vez, de cada arquetipo primordial se derivan otros, y otros de estos por lo que su número desborda cualquier intento de clasificación. Lo característico de los arquetipos es su doble cualidad de relación y expansión. Pueden rastrearse en el refranero, las leyendas, las supersticiones, los mitos, las fábulas o los cuentos infantiles; incluso en el catálogo de pintorescos estereotipos o tópicos costumbristas que nacionales e internacionales se aplican entre sí, resultado del ingenio, la tradición o la antipatía secular.  

Derecha e izquierda, un arquetipo. Tiene connotaciones anatómicas. Durante mucho tiempo se estigmatizó a los zurdos; una práctica habitual era obligarlos mediante la inmovilización a utilizar la mano derecha. Según cuentan las crónicas, durante la Edad Media La Inquisición consideraba la zurdera obra del maligno, fue causa de persecución, encarcelamiento e incluso de condenas a la hoguera. El adjetivo “siniestro” (del latín sinister, "izquierda”) designa un lugar situado a la izquierda, pero aplicado a una persona significa avieso, malvado o malintencionado. O lo desagradable que resulta comunicar el parte de un siniestro al seguro. En general, un siniestro es un suceso aciago. Jesucristo está sentado a la diestra del Padre, algo que se mantiene en los protocolos de ceremonias solemnes y actos oficiales. Según parece, la división política entre "izquierda" y "derecha" tiene su origen en la ubicación de los asambleístas en la Asamblea Constituyente de 1789 durante la Revolución Francesa. La "izquierda" representaba a los progresistas que buscaban reformas radicales y el fin del Antiguo Régimen, mientras que la "derecha" reunía a los conservadores que apoyaban a la monarquía absoluta.  

El arquetipo de izquierda y derecha se manifiesta en una de las expresiones más arraigados en la idiosincrasia nacional: Las dos Españas de Machado. La guerra civil, una lucha fratricida. Se relaciona con el arquetipo de los hermanos hostiles o "complejo fraterno", extensión del complejo de Edipo, tema central del psicoanálisis. Aparece en la Biblia, (Caín y Abel, Esaú y Jacob), la literatura (Antígona, Los hermanos Karamazov), la música (Peleas y Melisande, Libuše) o el cine (Rocco y sus hermanos, Ran). La división de las dos Españas comenzó a fraguarse en los laberintos de la historia, pero se consolidó tras la Guerra Civil. La memoria colectiva de la posguerra ha sido crucial. La idea de que hay algo peculiar, anómalo en la democracia española es evidente. La Constitución del 78 es de las más avanzadas de Europa. Configura un Estado de las Autonomías con unas competencias de autogobierno equiparables a las de un Estado federal. Sin embargo, la ruptura social, la brecha ideológica en la sociedad civil, incluidos los nacionalismos, no se ha superado. La transición de la dictadura a la democracia, que contó con el concurso de una clase política bien dispuesta, consiguió encubrir viejos rencores, aplazar afrentas, allanar la senda del olvido, pero el arquetipo sigue presente en el acervo colectivo; puede ser reprimido, empujado hacia el sótano de la casa familiar, pero una y otra vez retorna bajo distintos rostros y disfraces. Convocado o no convocado comparecerá. La teoría orteguiana de las generaciones no funciona porque los principios éticos y políticos de los vencedores, aunque adaptados a la nueva forma de gobierno, se han trasmitido con una fuerza imprevisible. La familia es un poderoso agente socializador. Los vencidos, con las mismas condiciones de transmisión de valores, no han renunciado a esclarecer los trágicos sucesos que ocurrieron antes, durante y, sobre todo, al finalizar la contienda y a reclamar una visión histórica convincente, además de enterrar con dignidad a sus muertos. Un testimonio reciente: la lúgubre exhumación de los restos de Franco del Valle de Cuelgamuros, la misma existencia del Valle, la polémica absurda sobre su resignificación es un ejemplo cabal de la vigencia del arquetipo. Los debates parlamentarios son una triste puesta en escena de las dos Españas. Goya: Duelo a garrotazos.