martes, 5 de marzo de 2019

Elecciones


Winston Churchill que además de político fecundo en ardides, era un gran estratega militar e insólito Premio Nobel de literatura (solo escribió unas memorias de la Segunda Guerra Mundial para mayor gloria suya) fue una fuente inagotable de frases y aforismos. Dijo que (y cito de memoria) un país democrático siempre tiene el gobierno que se merece, opinión que salpimentó con otra sentencia literal: El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio.
Está claro desde Maquiavelo que la política real consiste en alcanzar, mantener y extender el poder; y en una democracia el instrumento es el voto. Se trata de que el cuerpo electoral te otorgue sus favores, lo que significa en la práctica que la política no está sujeta a la ética (el meollo de tanta querella vana y tantas voces en el desierto) aunque se deben guardar las apariencias, es decir, "el príncipe" debe tener como referencia nominal las declaraciones de derechos humanos (que no se cumplen ni por el forro). Lo cierto es que la política ni siquiera está sujeta a la lógica: antes podías decir una cosa cuando estabas en el gobierno y la contraria desde la oposición; ahora puedes decir cosas contradictorias desde una u otra y sólo se quejan los de siempre. O simplemente jugar al vamos a contar mentiras, tralará, para magnetizar la atención del "votante medio" al que se refería Winston Churchill: las redes sociales se pueblan de bulos, insultos y rebuznos. El invento funciona.
Caso práctico en general: Pedro Sánchez busca (y encuentra) la Moncloa desde una mayoría parlamentaria inviable, incluso a medio plazo, por las siguientes razones: primero, en el debate de la moción de censura airea las miserias del Partido Popular para que, incluso con pinzas en las narices, muchos de sus  votantes se abstengan; o desvíen el voto, políticamente incorrecto y minoritario, hacia la extrema derecha, léase Vox; o hacia una “derecha liberal”, a la que le falta por lo menos un hervor, con la que pueden llegar a pactos ventajosos. “Otrosí”, desde el gobierno se maneja mejor los resortes de unas elecciones generales que desde la oposición. Es sabido que la televisión pública es la voz de su amo, el CIS cocina las encuestas a la medida del gobierno, se habla bien o mal del PSOE, pero se habla, se cuenta con la inercia del voto rural, etc. Sánchez escenifica además una imposible negociación con los independentistas catalanes (que sólo quieren un referéndum de independencia) para presumir de su talante dialogante y tratar de llevar a su molino el voto indeciso del "centro", o sea, Ciudadanos (un partido que más que asentarse, levita); y se aleja por la izquierda de los principios moderados del felipismo para meterle un bocado enorme a Podemos. Tiempo habrá con el talego lleno de ponerse la máscara socialdemócrata. Finalmente, cae la lluvia de oro de los decretos leyes de última hora (pensiones, derechos de la mujer, impuestos, servicios sociales) sin que quede claro de dónde van a salir los fondos para pagarlos, o sea, que se cumplirán el día del juicio final a las cinco de la tarde.
La política está únicamente supeditada a la economía: es el capital industrial y financiero quien realmente detenta el poder: El Poder Efectivo. Los derechos humanos sirven de aceite lubricante para los grandes negocios. Las democracias representativas, y en esto se parecen a la Iglesia católica, deben adaptarse al poder real como requisito de supervivencia. El que manda, manda. ¿Recuerdan cuanto duró la ley del Tribunal Supremo a favor de los clientes sobre los impuestos de las hipotecas? Por cierto, un fantasma recorre Europa: los poderes fácticos han anunciado que se avecina otra crisis...

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